Bajo el falso
pretexto de una crisis económica sin precedentes, esta por consumarse la gran
estafa a los intereses y a las aspiraciones de la nacionalidad. Ha llegado la
hora en que, por encima de los transitorios rencores internos, cada argentino
asuma la responsabilidad que le compete. La historia es despiadada y no excusa
a los hombres por la buena fe y la ignorancia que les hizo pasibles del engaño.
La historia solo sabe de los que contribuyeron a hacer grande, libre y prospera
a una Patria y de los que contribuyeron a empequeñecerla, esclavizarla y
expoliarla. No le interesan las intenciones, sino los hechos positivos.
Arturo Jauretche
(“El Retorno al Coloniaje”)
INTRODUCCION
La literatura política
(partidaria o pseudo-revolucionaria), tanto en nuestro país como en el mundo
entero, se halla virtualmente saturada de “Programas, “Plataformas,
“Manifiestos” y “Declaraciones de Principios” de todo tipo y tenor. La práctica
y la realidad han demostrado, sin embargo, que la enorme mayoría de toda esta
literatura carece de un valor real.
Efectivamente,
en la mayoría de los casos se trata, o bien de meras expresiones de deseos, o
bien de simples recursos propagandísticos para halagar el paladar de la masa, o
bien de construcciones programáticas que – dada la gran velocidad de cambio de
nuestras sociedades actuales – se vuelven obsoletas y superadas
al muy poco tiempo de ser publicadas.
Aquí
nosotros no siendo participes de la partidocracia y la política del sistema, a
diferencia de los casos mencionados, expondremos en primer termino, un apretado
resumen de los criterios fundamentales (no exclusivamente políticos o
económicos) que orientan nuestro análisis de la realidad y posteriormente,
señalaremos con la mayor claridad posible los objetivos concretos
que debe perseguir una acción basada en los mencionados criterios.
Sabemos
por experiencia que, en última instancia, toda obra de este tipo esta condenada
a ser tan solo la formulación de conceptos básicos que, necesariamente,
deben ser ampliados si es que con ellos se quiere concretar un verdadero Plan
de Acción. Para la elaboración de planes de acción detallados, siempre es
necesario contar con una guía práctica orientadora. Establecer esa guía
general, compatibilizadora de las iniciativas y propuestas referidas a las
distintas áreas de nuestra tarea revolucionaria, es lo que nos hemos propuesto
aquí.
LA POLITICA
La
política es actividad en relación con el Poder. Quien tiene Poder hace
Política; quien no lo tiene debe dedicarse a otra cosa.
El Poder político es la capacidad efectivamente aplicada de incidir en la evolución histórica de las comunidades humanas, especialmente mediante el ejercicio de una función de mando.
El Poder político es la capacidad efectivamente aplicada de incidir en la evolución histórica de las comunidades humanas, especialmente mediante el ejercicio de una función de mando.
Toda
comunidad aspira a un Orden Social óptimo. Esa organización de sus fuerzas y
potencialidades es el Orden Social Natural que posibilita la armonía dinámica
del conjunto social y que resulta de la adecuación de sus estructuras a las
exigencias naturales e históricas de su afirmación de Poder. Por ello, la tarea
revolucionaria consiste en construir ese Orden Social Natural, mediante la
sustitución del Estado capitalista en sus funciones comunitarias, para dotar a
la comunidad del máximo Poder alternativo al sistema posible.
Por eso decimos que el dominio específico de la Política es el Poder. El estado es el órgano de síntesis, conciencia y mando de la Comunidad Organizada, pero al no existir el Estado, y en consecuencia, al no existir una Comunidad Organizada, es allí donde nosotros debemos actuar, creando un Estado, una Comunidad, y un Pueblo nuevo.
Pero para lograr ese Orden social deseado, la soberanía política de un Estado es una condición indispensable. El Estado siempre necesita disponer del poder de decisión última en todas las cuestiones que son o pueden volverse vitales. De no disponer de esa facultad, el Estado no puede garantizar la armonía interna de la comunidad con lo que se debilita, consecuentemente, su capacidad de afirmación externa. Recíprocamente, cuando falla la capacidad de afirmación externa disminuye también la posibilidad de lograr la armonía interna en una comunidad. Por eso es que las naciones dependientes de centros de poder internacionales no pueden realizar su armonía interna (como hoy día pasa aquí en Argentina y en toda Latinoamérica).
Por eso decimos que el dominio específico de la Política es el Poder. El estado es el órgano de síntesis, conciencia y mando de la Comunidad Organizada, pero al no existir el Estado, y en consecuencia, al no existir una Comunidad Organizada, es allí donde nosotros debemos actuar, creando un Estado, una Comunidad, y un Pueblo nuevo.
Pero para lograr ese Orden social deseado, la soberanía política de un Estado es una condición indispensable. El Estado siempre necesita disponer del poder de decisión última en todas las cuestiones que son o pueden volverse vitales. De no disponer de esa facultad, el Estado no puede garantizar la armonía interna de la comunidad con lo que se debilita, consecuentemente, su capacidad de afirmación externa. Recíprocamente, cuando falla la capacidad de afirmación externa disminuye también la posibilidad de lograr la armonía interna en una comunidad. Por eso es que las naciones dependientes de centros de poder internacionales no pueden realizar su armonía interna (como hoy día pasa aquí en Argentina y en toda Latinoamérica).
En
su objetivo de garantizar la plena seguridad para todos sus miembros leales, el
Estado tiene el deber de enfrentar y neutralizar a todos los enemigos de la
Comunidad. Por ello, si bien ningún Estado debe desear o buscar concientemente
el enfrentamiento armado, la guerra es una realidad política ante la cual
ningún revolucionario puede permanecer indiferente. Ningún Estado puede
renunciar a la posibilidad de la guerra, pues, haciéndolo, la única alternativa
que le queda es elegir la potencia ante cual habrá de rendirse con lo que
pierde tanto su soberanía como sus funciones.
LAS IDEAS POLITICAS
En todas las épocas y en
todos los tiempos, distintos pensadores han hecho a la política objeto de
distintas especulaciones teóricas. En oportunidades, estos pensadores han
tratado de inferir, a partir de hechos políticos concretos, ciertos principios
generales o universales.
Sin
embargo, paralelamente a estos esfuerzos, otros teóricos se abocaron a la tarea
inversa de tratar de diseñar regimenes políticos que se condijeran con
postulados universales ajenos al hecho político en si. De estas
corrientes han surgido las tendencias universalistas que actualmente disfrutan
la hegemonía política internacional estando a un paso de concretar alguna forma
de Gobierno Mundial. De modo que, mientras por un lado tenemos una tradición
política que busca crear regímenes y sistemas adecuados para cada Pueblo, en
determinado contexto geopolítico y de acuerdo con su particular desarrollo
histórico; por el otro lado advertimos toda una serie de “ismos” políticos
totalitarios que buscan implantar un solo régimen político a todos los
habitantes del planeta. Algunas de estas tendencias nacieron con la subversión
burguesa del S.XVIII y otras han venido actuando en occidente desde la caída
del Imperio Romano. El rasgo común de todas ellas es su universalismo
dogmático.
La
tendencia más antigua entre las corrientes citadas es la encarnada por la
plutocracia. La plutocracia es la imposición de las aspiraciones políticas de
una oligarquía poseedora de los medios financieros, es decir: el gobierno de
los poseedores del dinero. Las aspiraciones de esta oligarquía, comercial,
mercantilista y usurera, hallaron distintos puntos de aplicación durante
distintas etapas históricas. La Revolución Industrial permitió a la
plutocracia adueñarse de los medios de producción dando así lugar al
capitalismo. Para justificar las pretensiones políticas de la plutocracia
aliada con la burguesía capitalista surgió la teoría política del liberalismo
masónico, por un lado, mientras que por el otro, para capitalizar políticamente
el resentimiento causado por las tremendas injusticias sociales acarreadas por
el capitalismo incipiente, surgió el marxismo como distorsión materialista del
socialismo. Frente a esta constelación de fuerzas, y como un intento
reaccionario de retroceder a esquemas teocráticos anteriores, surgió también el
clericalismo. Plutocracia, capitalismo, masonería, marxismo y
clericalismo han construido distintas estructuras de Poder
dentro del contexto de una situación política internacional, a la cual se han
adaptado competitivamente y que, por ello, tienen sumo interés en mantener para
dirimir sus apetencias hegemónicas.
Esto
se vio claramente durante la Segunda Guerra Mundial en Europa y en 1955 en
nuestro país cuando todas estas fuerzas se aliaron para suprimir a los
regímenes nacional-revolucionarios de Tercera Posición. No es ninguna
casualidad que, tanto los gobiernos nacional-revolucionarios europeos como la
revolución nacional-justicialista argentina, tuvieron y tienen por enemigos a
la misma constelación de aliados sinárquicos.
En
el mundo globalizado de la actualidad, que no presenta ninguna opción
alternativa todas las Naciones de cierta envergadura se hallan abocadas a la
búsqueda de un camino independiente que les permita realizar las legitimas
aspiraciones de sus Pueblos sin caer en la pugna competitiva del sistema
partidocrático. Frente a la globalización, la única libración concreta posible
es una autentica Tercera posición, tan distante del capitalismo y del comunismo
como de todo otro dogmatismo universalista.
EL HOMBRE
El
hombre es el sujeto y el objeto de la Política. Sin seres humanos no hay
Política y toda Política se hace para y con seres humanos. Una adecuada
concepción y un profundo conocimiento del Hombre resultan, por ello,
absolutamente indispensables a la Política.
Esta
concepción no tiene por que ser universal, aun suponiendo que dicha concepción
universal del Hombre fuese posible y unánimemente aceptada por todos los seres
humanos del planeta. La experiencia política demuestra que nuestras pretendidas
universalizaciones acerca del ser humano, ni son aceptadas por todos los
Pueblos más que por la fuerza de la imposición y el sojuzgamiento, ni resultan
tampoco útiles al político en su tarea específica.
La función del político no es la de
dirigir a una entelequia llamada “Hombre Universal”; su tarea no es la de
conducir a “la humanidad”. La función del político se halla siempre
relacionada con seres humanos concretos, vivientes y reales; no con la versión
abstracta y muchas veces meramente hipotética de los mismos. El deber
fundamental del liderazgo político no es, pues, el de comprender a “la
humanidad” en general sino a su Pueblo en particular; tanto en
lo referente a las características especificas y propias de ese Pueblo como en
lo que hace a su relación con los demás Pueblos del planeta.
Lo
que al político debe interesarle del Hombre que ha de conducir son aquellas
facultades específicas que le permiten tener determinada Cosmovisión y no otra.
La historia de las Culturas y las Civilizaciones demuestra que la concepción
del mundo, subyacente a toda gran empresa humana, se encuentra estrechamente
relacionada con tipos biopsíquicos sumamente diferentes de ser humano. En otras
palabras: las diferencias que nos permiten tipificar distintas culturas y
civilizaciones se condicen con diferencias que nos permiten tipificar distintos
grupos biopsíquicos de seres humanos. De ello se sigue que cada tipo de ser
humano se crea su propio tipo de cultura y civilización, acorde con su
Cosmovisión o, lo que es lo mismo, acorde con su idiosincrasia, tendencias,
gustos, creencias, actitudes y aptitudes o capacidades.
Por
ello, si forzamos a los distintos tipos humanos a vivir dentro del marco de un
sistema político universal, dogmáticamente declarado optimo de antemano, les
estamos negando el derecho a desarrollar libremente sus potencialidades
particulares. Al negarles ese derecho, les negamos también la posibilidad de
realizarse plenamente. Una sola cultura y una sola civilización,
coercitivamente impuestas a todo el planeta, no constituyen más que un atentado
contra el libre desenvolvimiento de la personalidad de los Pueblos. Una
sola doctrina política dictada para toda la Humanidad es una imposición
inaceptable. Todas las ideologías igualitarias y globalizantes – al
partir de seres humanos abstractos, idealizados o irreales – incurren en este
error. Es por ello que están condenadas a fracasar en su ambición de hegemonía
mundial.
Una
política que no tiene en cuenta las características biopsíquicas del Pueblo que
será su objeto y su sujeto es una empresa abstracta condenada a la formulación
de meras generalidades. Una Doctrina que no respeta las características de su
Pueblo constituye una propuesta inviable. Si se pierde de vista al Hombre real
y concreto, tal como este aparece ante un criterio objetivo, toda acción
adolecerá del defecto insanable de proponer objetivos para un ser que,
sencillamente, no existe fuera de la imaginación de algunos soñadores.
LA COSMOVISION
Los
seres humanos reales no viven en un universo abstracto. Viven en un
medioambiente real, sumamente variable, con el cual se hallan en constante
interrelación. Este medio se halla constituido por la totalidad de las
condiciones exteriores que actúan sobre el ser humano. De estas condiciones,
algunas vienen dadas por factores naturales y otras resultan del propio Trabajo
humano, ya que el Hombre es un ser que vive en un medio cuya mayor parte se ha
construido el mismo.
El
medio en el cual viven los seres humanos presenta así siempre una estructura
organísmica particular: el Hombre vive en Culturas. Las mismas, más allá
de unos pocos elementos secundarios y comunes, son siempre particulares,
propias y diferenciadas. No existe “La” Cultura”, a secas. Existieron y
existen diferentes Culturas correlativamente diferenciadas con las
distintas categorías tipológicas del ser humano. Hombre y Cultura, Etnia y
Cultura, son pues elementos inseparables para la Política.
Toda
cultura es organísmica porque su devenir se correlaciona con la evolución del
Pueblo que la crea, la sostiene, y la defiende.
Por ello, toda cultura vive solamente mientras haya Hombres poseedores de las características biopsíquicas necesarias para hacerla vivir. Lo orgánico de toda Cultura es el Hombre y es por eso que el desarrollo histórico de las Culturas presenta características orgánicas, aun cuando la Cultura en si misma no sea propiamente orgánica en el sentido estricto del concepto.
Por ello, toda cultura vive solamente mientras haya Hombres poseedores de las características biopsíquicas necesarias para hacerla vivir. Lo orgánico de toda Cultura es el Hombre y es por eso que el desarrollo histórico de las Culturas presenta características orgánicas, aun cuando la Cultura en si misma no sea propiamente orgánica en el sentido estricto del concepto.
Esta
estrecha relación entre Hombre y Cultura determina que no hay biotipo humano
que pueda desarrollarse plenamente fuera del contexto cultural que le es
propio. Todo tipo de Hombre posee una Cosmovisión particular y cada
Cosmovisión busca estructurar su propio contexto cultural.
La
Cosmovisión es la totalidad de conceptos, creencias y símbolos que un
determinado tipo de hombre tiene de si mismo, del universo que lo rodea, de su
ubicación en ese universo, de su relación con el y de su actitud frente al
mismo. Es la concepción del mundo que cada tipo de ser humano tiene, en
cuanto ser que se piensa a si mismo y en cuanto ser que vive en el, para con y
frente al Cosmos que lo incluye.
Desde
el momento en que toda acción política requiere una doctrina que fije sus
objetivos, y desde el momento en que toda Doctrina responde inevitablemente a
una Cosmovisión determinada, resulta evidente que no pueden existir – dentro de
la Comunidad y en un plano de igualdad – varias Cosmovisiones divergentes. De
haberlas, la Doctrina resultaría impregnada de objetivos también divergentes y,
sobre la base de objetivos contradictorios, toda acción política eficaz se
vuelve imposible.
En
comunidades étnica y culturalmente homogéneas existe también una Cosmovisión
igualmente homogénea y el establecimiento de objetivos políticos se simplifica
enormemente. Dada la heterogeneidad étnica, (que es del caso en la mayoría de
los Estados) corresponde al órgano rector de la comunidad establecer pautas
claras de prioridades y de preeminencias. El estamento político dirigente que
ejerce el Poder debe, en estos casos, realizar la labor de síntesis,
compatibilizando y armonizando las tendencias divergentes. De este modo, la
función de la elite política es, fundamentalmente, una función de creatividad
positiva. Debe formular una Doctrina política cuidadosamente adaptada
a las legítimas aspiraciones de los seres humanos concretos y reales que
constituyen el Pueblo, y debe hacerlo de un modo tal que resulte viable
en el contexto geopolítico e histórico dentro del que se desarrolla
efectivamente la vida de su Comunidad.
LA DOCTRINA
La Política, como
actividad desplegada en relación con el Poder, se halla sujeta a ciertas leyes
y reglas que pueden ser inferidas de la experiencia histórica. El conjunto de
estas leyes y reglas constituye su fundamento científico. Lo importante, sin
embargo, es tener presente que la aplicación concreta de la Ciencia Política a
un caso especifico dado es siempre un problema particular que requiere del
talento correspondiente. Por ello, en su aspecto practico, la actividad
política es la ciencia – y simultáneamente el arte – de la conducción de las
comunidades humanas.
Esta
labor de conducción necesita de una guía práctica orientadora. La Doctrina
política cumple precisamente esta función. Una Doctrina política es la
formulación coherente de una Cosmovisión, realizada con fines prácticos,
mediante la cual se fijan los objetivos que deben ser alcanzados por la acción
política. La praxis política se entiende, pues, como una interrelación
dinámica entre acción y Doctrina.
Sin
embargo, la Doctrina política no debe ser confundida con la convicción, la fe,
la ideología, el mito, la mística o el dogma. La convicción es una opinión
arraigada en la forma de una estructura lógica de razonamientos que demuestran
lo correcto de una proposición. La fe es una disposición anímica tan
fuertemente arraigada que ningún argumento racional puede destruirla.
Convicción y fe son formas arraigadas de la Doctrina. Por el otro lado, la
ideología es un conjunto de elementos doctrinarios incompletos que define
tendencias sin dar normas firmes, mientras que el mito es un conjunto dinámico
de imágenes que evoca objetivos irracionales y globales generando,
simultáneamente, los estímulos necesarios para alcanzarlos. Ideología y mito
son formas simplificadas de la Doctrina; muchas veces las únicas formas que
conocen los que militan en alguna tendencia política.
El
dogma, por su parte, es una forma petrificada de la Doctrina. Al entender la
misma – intelectual o emocionalmente – como un sistema cerrado, resulta
impermeable e inmutable ante las exigencias constantemente variables de la
realidad.
Finalmente, la mística responde a una
Doctrina que, luego de haber sido justificada racional o intuitivamente, se
impone con tal fuerza que resultan superfluas todas las posibles especulaciones
suplementarias. La mística es la forma mas evolucionada de una Doctrina y
resulta indispensable a todo Movimiento político auténticamente revolucionario.
En
todos los casos, la raíz de la Doctrina y de sus formas derivadas se halla
en la Cosmovisión. Es la Cosmovisión integral de un ser humano concreto y
especifico la que determina el contenido esencial de su Doctrina política. Por
ello es que, cada Nación, cada Pueblo y cada Cultura diferenciada, tienen y
deben tener su propia Doctrina política, no siendo admisible ni la imposición
de la Doctrina de un pueblo sobre otro, ni la formulación de Doctrinas con una
pretensión de validez universal.
La
Política es, pues, una actividad especifica, dentro de un ámbito propio,
referida siempre a una realidad objetiva y concreta. Pretensiones
universalistas, sean estas de la índole que fueren, no forman y no pueden formar
un cuerpo de Doctrina política. Exigencias de índole filosófica, religiosa o
ética – si bien representan realidades que el político debe respetar– no
constituyen una fuente valida de objetivos políticos. El ámbito del político
no es lo universal; mucho menos lo dogmático. Los objetivos del político
deben ser concretos, prácticos, precisos, exactos y orientados a dotar a su
Comunidad del máximo desarrollo y del máximo Poder posibles, dentro del marco
de un estilo de vida que se condiga con la Cosmovisión orgánicamente
sustentada por el Pueblo.
EL PRINCIPIO DE MANDO
La presencia de una
verdadera, autentica y eficiente elite política es indispensable para toda
Nación soberana.
Los teóricos de un populismo demagógico pasan por alto – por ignorancia o por
conveniencia – que no ha existido, no existe, y hasta es impensable, una
sociedad en la que no se manifiesta la Voluntad de Poder de un Jefe o de un
grupo jerárquico de dirigentes.
En
toda Comunidad surgen espontáneamente personas que tienen la tendencia y el
talento – vale decir: la vocación y la capacidad – de afirmarse en relación con
los demás. Estas personas son las que tienen Voluntad de Poder, siendo que esta
Voluntad es el atributo personal de quienes tienen aptitud política.
El
mando político es una actividad natural. Resulta de la aplicación de una
Voluntad de Poder al ejercicio de la autoridad inherente a una función
jerárquica. A su vez, la autoridad es la capacidad para el mando, unida a la
facultad del mando, o sea: unida a la correspondiente posibilidad de ejercitar
esa capacidad en beneficio y en defensa del interés de la comunidad. Reclamar
la facultad del mando sin poseer la correspondiente capacidad es,
insanablemente, ilegitimo y subversivo aun cuando se lo haga por las vías
legales permitidas. Solo puede exigir legítimamente el Poder quien esta
realmente capacitado para ejercer la facultad del mando. Esta es la única
fuente inobjetable de autoridad.
El
dirigente es una persona encargada de cierta función de mando que cuenta con la
autoridad y con la responsabilidad inherente a dicha función. Se inserta dentro
de una jerarquía constituida por el conjunto de dirigentes que ocupan funciones
similares, cada uno en el lugar que le corresponde de acuerdo con su capacidad,
su autoridad y su responsabilidad. La estructura política es esencialmente
jerárquica ya que viene determinada por la organización del mando.
El
mando político, sin embargo, no debe ser confundido con el mando militar. La
esencia del mando político es fundamentalmente distinta. El mando implica la
obligación irrenunciable de comprometer el Honor en el ejercicio de la función.
A su vez, la obediencia implica la obligación igualmente irrenunciable de
comprometer la Lealtad en el cumplimiento de las decisiones tomadas. En
relación política queda siempre a salvo la libertad para interpretar y adaptar
las decisiones recibidas, así como un margen sumamente amplio para la
iniciativa propia. La obediencia nunca es una subordinación a rajatabla; la
responsabilidad nunca se satisface con el mero cumplimiento, al pie de la
letra, de las decisiones tomadas por una jerarquía superior. Nuestra acción
exige y debe exigir una responsabilidad total y personal por todas las
consecuencias emergentes del desempeño de una función de mando.
El
autentico jefe político debe compartir irrenunciablemente el destino de
aquellos que conduce. En ello reside su Honor. Pero, en contrapartida, el
Honor de un subordinado es la Lealtad que lo lleva a compartir el destino de su
Jefe. Cuando hay reciprocidad en el Honor y en la Lealtad, esta sentada la
base para la solidaridad indestructible entre el Pueblo y sus dirigentes. Un
régimen político construido sobre esta base no solo es capaz de interpretar
correctamente las aspiraciones populares sino que, además, cuenta con la
autoridad suficiente y necesaria para garantizar la primacía del bien común por
sobre los egoísmos particulares. Regímenes políticos construidos sobre otras
bases son especulaciones quiméricas, fatalmente ineficaces y, por lo tanto,
ilegitimas, como el actual sistema.
GEOPOLITICA Y POLITICA
EXTERIOR
En un mundo con las
características que se desprenden de la puja por el dominio mundial, toda
Revolución Nacional que no tenga en claro sus posibilidades geopolíticas e internacionales
se halla condenada al fracaso.
El
territorio disponible a la población argentina actual es mucho mayor que el
espacio vital necesario para mantenerla. A la inversa de muchos países, la
Argentina padece de subpoblacion, hecho que deberá remediar distribuyendo
adecuadamente su caudal demográfico por todo el territorio, fomentando
enérgicamente la tasa de crecimiento demográfico e impulsando una inmigración
selectiva que le permita, no solo aumentar su población sino, además,
diversificar y elevar el nivel de su producción. En caso contrario, nuestro
país corre el peligro de convertirse en un “espacio vacio”, dotado de ingentes
recursos naturales, que las potencias hegemónicas en pugna trataran de ocupar,
directa o indirectamente, para usufructuar su riqueza potencial.
Lograda
la integración territorial del país mediante una redistribución de la
población, mediante un aumento de su volumen demográfico y mediante una mejor y
mayor capacidad de producción, la Argentina aseguraría su situación en el Cono
Sur restableciendo su unidad geopolítica continental y concertando las alianzas
pertinentes. La unidad geopolítica natural de la Argentina se halla
delimitada por los confines de la Patria Grande, heredada del virreinato del
Rio de la Plata y arbitrariamente balcanizada por la injerencia masónica
británica del siglo 19 y principios del 20. A la integración territorial
interna debe seguir, pues, la integración geopolítica de la Argentina con la
Banda Oriental del Uruguay, el Paraguay, Chile, Bolivia y Perú.
Este
bloque geopolítico sudamericano deberá transitar dos etapas fundamentales.
Primero, la de lograr su propia consolidación y desarrollo. Inmediatamente
después, basándose en su Poder así consolidado, deberá establecer un sistema
compacto de alianzas e integración para lograr, a toda costa, la estructuración
coherente y monolítica del continente Sudamericano. Concluida esta etapa, la
Revolución podrá considerarse territorialmente asegurada ya que habrá erigido
un Bloque de real peso y Poder en el ámbito internacional.
DEFENSA NACIONAL
La suposición de que la
Argentina puede realizar su revolución necesaria basándose en concesiones de la
idea y negociados, es una ilusión. Las potencias globalizantes fundamentan su
accionar en el empleo descarnado de la coerción, el soborno y la fuerza bruta,
como todo argentino habrá podido comprobar durante y después de la Guerra de
Malvinas y con las actuales Guerras en Medio Oriente. Por lo tanto, la
Argentina y su revolución necesitan de una sólida, potente y eficiente Fuerza
Armada para defender y hacer respetar sus derechos y sus intereses.
Para que esta Fuerza sea
realmente eficaz, lo primero que hay que hacer es imbuirla de la concepción
doctrinaria correcta. La guerra no es una cuestión exclusivamente militar.
Ni siquiera lo es esencialmente. La guerra es una cuestión
eminentemente política. La elección de un enemigo y la resolución de
defenderse de el, o la de atacarlo preventivamente, son decisiones políticas y
no militares.
De hecho, las acciones
militares no son sino operaciones especializadas de la guerra. La misma, en
esencia, siempre responde a una intencionalidad y a una decisión política.
Se sobreentiende que
ningún político en su sano juicio desea una guerra, ni busca una guerra,
mientras haya una sola forma de evitarla sin comprometer la existencia de la
Comunidad.
Pero la aparición de un enemigo con la intención de amenazar precisamente esa
existencia es siempre una posibilidad – aunque sea remota – y la Comunidad debe
estar preparada íntegramente para adoptar la decisión política de enfrentar los
hechos.
En este contexto, el
Hombre de Armas es simplemente un miembro de la Comunidad que ha comprometido
su Honor en arriesgar su vida para garantizársela a los demás. Pero, desde
el momento en que no existen “guerras apolíticas”, tampoco pueden existir
“militares apolíticos”. El “militar apolítico” es, o bien una ficción, o bien
un burócrata armado, o bien un mero mercenario. La base esencial de una
Fuerza Armada sólida, útil y coherente, se forma con Hombres de Armas dotados
de una adecuada formación política y firmemente comprometidos a defender no
solo el territorio sino, además, los intereses políticos y el estilo de vida de
la Nación.
La entrega de la Defensa
Nacional a un cuerpo de profesionales asalariados, especializados en el uso y
manejo de armas, es inaceptable. El destino de una Nación es algo que incumbe a
toda su población. Delegar en una serie de funcionarios pagos la misión de
defender lo que en realidad es de uno mismo constituye una mala manera de
disimular la cobardía o el desinterés. En última instancia a una Nación la
defiende su propio Pueblo o no hay quien la defienda.
Debemos terminar en la
Argentina con el divisionismo artificioso y suicida de “civiles” y “militares”.
La concepción nacional revolucionaria solo conoce militantes al servicio de los
intereses de la Nación. En la medida en que estos militantes sean civiles,
deben estar al servicio del desarrollo orgánico de la Comunidad. En la medida
en que sean Hombres de Armas, deben estar al servicio de la capacidad de
autoafirmación de la Comunidad. La defensa de la Patria no es privilegio de nadie
sino, por el contrario, constituye la irrenunciable obligación de todos.
LA ACCION SOCIAL
Si
por acción social hemos de entender las tareas realizadas en beneficio de toda
la sociedad, entonces toda Política es acción social genéricamente hablando.
El no tener en cuenta este concepto básico ha ocasionado que se aceptaran
criterios incorrectos para fundamentar una serie de actividades que hoy se
entienden por acción social. La acción social autentica no es ni la caridad
estatizada, ni cierta concesión arrancada a un régimen esencialmente
insensible, ni un sustituto de la necesaria justicia distributiva, ni tampoco
la única manera de manifestar la solidaridad que debe imperar entre los
miembros de la Comunidad Organizada. La actual diversidad de funciones que, en
términos generales, se quiere abarcar con el concepto de “acción social” y el
sin fin de entes o instituciones que declaran dedicarse a la “acción social”,
revela ya la confusión imperante en el tema.
De
hecho, el análisis mas superficial revela inmediatamente que la enorme mayoría
de tareas que hoy se realizan de algún modo bajo el rotulo de “acción social”
corresponden a áreas y esferas de distintos niveles comunitarias que se dedican
(al menos teóricamente) a exactamente las mismas funciones, con lo que la
superposición de funciones se convierte en poco menos que endémica. En el
ámbito estatal, pocos se han detenido a pensarlo, pero la verdad es que la mera
existencia de una necesidad de crear todo un aparato oficial para hacer “acción
social” no hace sino demostrar la ineficiencia de todo el resto del aparato
estatal. Si las áreas de, pongamos por caso, Economía, Trabajo,
Justicia, Salud Publica, Obras Publicas y Educación, funcionarían
correctamente, ¿Qué es lo que quedaría para hacer en materia de “acción
social”?. En realidad, la demagogia que promete cada vez mas y mas “acción
social” no hace sino prometer un Estado cada vez mas ineficiente puesto que la
verdadera acción social es una tarea normal y constitutivamente inherente a
todas la áreas de un gobierno para el pueblo.
En
una Comunidad bien organizada la acción social propiamente dicha, entendida
como algo especifico y particular, es solamente la acción desarrollada para
lograr la justicia social cuando se da el caso de corregir falencias que se
presentan y que no pueden ser rápidamente resueltas por los organismos normales
y competentes. La acción social nunca es más que un paliativo. Corrige
momentáneamente los efectos indeseados de causas que deben ser atacadas a fondo
por todo el resto del contexto político. Estrictamente hablando, como ya
señalamos mas arriba, toda la Política es acción social. Si es necesario crear
un enorme aparato especial para hacer múltiples acciones sociales aisladas, lo
único evidente es que toda la concepción política y todo el accionar político
están fallando estrepitosamente. La acción social que reconocemos como
valida se orienta únicamente a casos de catástrofes, hechos imprevisibles, o a
riesgos calculados. Para ello, una estructura pequeña, ágil, elástica,
rápida y eficaz debería ser más que suficiente. Para lo demás están las
esferas normales del Estado que deben aprender a ser eficientes. Es la
Comunidad Organizada, en su conjunto, la que debe dar una solución de fondo a
las cuestiones que actualmente se quiere paliar mediante una dadivosidad
demagógica pésimamente entendida.
A
ningún Pueblo se lo ayudara efectivamente mitigando los efectos desastrosos que
la misma ineficiencia política del Estado liberal se encarga de producir. Hay que señalar y
atacar las causas de la actual decadencia, no sus efectos. La ineficacia
burocrática, el infantilismo utópico, la rapacidad mercantilista y el
utilitarismo materialista en general – sea dialéctico o no – ciertamente podrán
crear la necesidad de mucha acción social paliativa. Pero esa necesidad no
la tiene un Estado que cumple sus funciones específicas en donde cada
funcionario es personalmente responsable por las consecuencias de sus
decisiones.
BIOPOLITICA
Y SALUD
En
ninguna Nación hay algo mas importante que el sustrato humano. Ninguna
Nación es mejor que su Pueblo y ningún Pueblo es mejor que los seres humanos
que lo componen. Por ello, mantener en el nivel mas alto posible la calidad
humana de los miembros de la Comunidad es la responsabilidad primordial de
quienes han asumido la función del mando
En este sentido, el objetivo básico a lograr en
una Nueva Argentina es el de tener seres humanos sanos y equilibrados,
que desarrollen al máximo posible sus posibilidades biopsíquicas potenciales.
Para lograr este objetivo no deben desecharse ni los conocimientos ni la
aplicación de los métodos que aconsejan todas las ciencias relativas al Hombre.
No es admisible que descuidemos criminalmente la integridad biopsíquica de los
mejores seres humanos que tenemos solamente porque el hacerlo iría
supuestamente en contra de ciertos principios dogmáticos indemostrables. La
única riqueza insustituible que tenemos es nuestra gente. Debemos cuidarla,
cultivarla y desarrollarla con absolutamente todos los elementos que
disponemos.
La homogeneidad etnobiológica relativa de una población
es un factor que, dentro de límites razonables y sin exageraciones arbitrarias,
favorece la cohesión política de la Nación. Esto ha sido verificado en todas
las latitudes a lo largo de más de 10.000 años de Historia. Los dogmatismos
universalistas e individualistas constituyen un atentado al derecho inalienable
de todo Pueblo a tener sus propias características, su propia personalidad y su
propia idiosincrasia. El proceso de una homogenización relativa, sobre todo
en un país de inmigración como lo es la Argentina, es un proceso naturalmente
largo que – por cierto – no puede ser logrado, ni inmediatamente, ni por
decreto. No obstante ello, una adecuada política demográfica y una adecuada
selección inmigratoria pueden y deben apuntar al logro de una población
armónicamente integrada.
Dentro del ámbito especifico de la salud, la profilaxis
debe estar antes que la terapia. Es mucho más importante evitar la enfermedad
que hacer lo posible por curar a quienes
se enferman, sea por no disponer de defensas adecuadas, sea por verse forzados
a llevar un tren de vida esencialmente malsano. La correcta aplicación de las
medidas de profilaxis aconsejadas por la genética moderna posibilita la
erradicación casi total de las enfermedades congénitas. Una vida sana, con
intensa practica de variados deportes durante la etapa educativa, complementada
con un ambiente laboral saludable, un ritmo de vida equilibrado y viviendas
sanitariamente
satisfactorias, son los elementos principales
para combatir la enfermedad en sus orígenes mas evidentes.
Si, no obstante ello, la salud de cualquier miembro de la
Comunidad se ve afectada, la herramienta apropiada para combatir el flagelo es,
sin duda, una asistencia médica apropiada, humana, eficiente, pública y
gratuita. En la Nueva Argentina, tanto el medicamento como los servicios
médicos deben estar a total disposición de cualquiera que los necesite.
Bajo ningún concepto se puede admitir que la medicación y el tratamiento sean
considerados como una mercancía que se compra y se vende, dependiendo su calidad
del poder adquisitivo económico del paciente. El negocio de la saludo debe ser,
lisa y llanamente, aniquilado. La Argentina debe aprender a producir sus
propios medicamentos de un modo racional y eficiente. Por su parte, los médicos
deben reaprender a tratar con seres humanos; no con meros “casos” anónimos o
simples clientes.
JUSTICIA
La
justicia no es una mera técnica legislativa sino un principio ético que obliga
a los responsables del mando político a dar a cada uno lo que le corresponde.
Este principio, llevado a escala social, da lugar al concepto de Justicia
Social.
La
esencia de la Justicia Social consiste en que cada elemento orgánico de la
Comunidad Organizada debe ocupar una posición jerárquica acorde con su función
y, simultáneamente, debe cumplir con las responsabilidades inherentes a su
jerarquía para recibir posteriormente los beneficios que le corresponden por la
funciona si desempeñada. Se comprende de este modo que a la Justicia hay
que merecerla. Quien no cumple con sus obligaciones y responsabilidades se
auto-descalifica para exigirla.
Justicia
y Derecho no son sinónimos. El Derecho es simplemente el conjunto de normas que
rigen, de un modo real o solo formal, la convivencia en el seno de una
Comunidad. Estas normas se expresan en la forma de leyes y de allí que la
legalidad es meramente una adecuación a las
disposiciones legales vigentes quedando su validez supeditada a la
legitimidad de dichas disposiciones legales. Por su parte, la legitimidad
esta dada por la adecuación del órgano político legislativo a las exigencias
que plantea su función comunitaria y esta adecuación queda demostrada por la
eficiencia con que este órgano político cumple sus funciones. Lo que nos lleva
a afirmar que el sistema actual es ilegitimo, porque no atiende las necesidades
de su población, sino que está al servicio de los intereses del dinero, pues
una norma no es legítima por el solo hecho de haber sido sancionada por un
organismo legislativo formalmente pertinente.
En
la Argentina debemos poner fin a la responsabilidad diluida y a la cuasi
anonimidad en la promulgación de las leyes. Cada ley debe llevar firma,
identificando plenamente a la autoridad que la emite de un modo individual, y
la persona – o las personas – intervinientes en su sanción deben hacerse
personalmente responsables por sus consecuencias. La irresponsabilidad
política debe ser eliminada. La mera legalidad formal no es condición
suficiente de legitimidad, ni exime tampoco de responsabilidad al político. Los
actos emergentes del mando político deben poder juzgarse por sus consecuencias
y no por una mera adecuación a disposiciones vigentes, introducidas muchas
veces por los aventureros de la Política quienes – de este modo – se cubren las
espaldas.
La
Justicia es un principio ético. La Ley es un acto político. Una Ley dictada por
una autoridad que no tiene el Poder suficiente de hacerla cumplir es una
ficción jurídica (como lo es el actual sistema, y el actual Estado), aun cuando
la intención puesta de manifiesto en ella sea encomiable y responda a altos
imperativos morales. Por ello, el órgano rector de la Comunidad, el Estado,
debe contar tanto con el Poder de tomar decisiones y de dirimir los conflictos
suscitados por la interpretación de las normas. Y más allá de ello, debe
contar, por supuesto, con el Poder de sancionar su incumplimiento.
Una
compartimentación artificiosa de ese Poder en sectores estancos y políticamente
competitivos entre si no solo traba al Estado en su funcionamiento sino que
hasta le impide hacer Justicia. Para que el principio ético halle una
adecuada expresión en el acto político el Poder
político debe ser homogéneamente
responsable. Quienes lo ejercen deben ser personalmente individualizables.
OBRA PÚBLICA
La
función básica de la Obra Publica es de índole infraestructural. A través de
ella la Comunidad Organizada recibe el conjunto de instalaciones primordiales,
necesarias al desarrollo de sus actividades. Sin embargo, es totalmente absurdo
diseñar obras de infraestructura si no se tiene en cuenta la totalidad, tipo,
cantidad, jerarquía, función y finalidad de las actividades comunitarias que se
desean desarrollar.
Esto
significa que la superestructura política debe predecir a la infraestructura y
no a la inversa. Sin una orientación directora, de carácter superestructural,
la Obra Publica se convierte en un mero solucionar apresuradamente miles de
problemas que surgen anárquicamente por las necesidades de la población. La
falta de una mínima planificación – indispensable en esta área – explica los inarmónicos
desarrollos de ciertas regiones y, no en último lugar, explica también porque
en la mayoría de los centros urbanos argentinos se hallan superpoblados. Es
indispensable por eso disponer de una planificación previa que sea correcta
expresión de lo que se desea obtener como resultado final.
Únicamente así es posible
apoyar el conjunto de las actividades comunitarias con un sólido criterio de
defender en primer término, y sobre todo, los intereses de la Nación. De otro
modo, como en infinidad de casos ha sucedido, son los intereses foráneos los
que dictan la planificación de acuerdo a sus intereses y es luego de acuerdo a
esas pautas superestructurales que se realiza la construcción de la
infraestructura. En la Argentina, los intereses económicos
anglo-norteamericanos han dictado las pautas de nuestro desarrollo y ha sido en
función de estos intereses que se construyeron rutas, ferrocarriles y hasta
aeropuertos. Además, el liberal-capitalismo, con su dogma de la rentabilidad a
ultranza, ha realizado obras públicas tan solo en donde resultaban ventajosas
para posibilitar el lucro de ciertas actividades económicas. El desarrollo
armónico y el fortalecimiento integral de toda la Argentina, en todos estos
casos, fue totalmente ignorado. Todo eso que fue ignorado es el objetivo que
nosotros debemos hacer primar.
TRABAJO
El Trabajo es la
actividad que desarrolla el ser humano para cubrir sus necesidades. Distintos
tipos de seres humanos, al tener necesidades también distintas, organizan su
Trabajo de distinta manera. Estos distintos tipos de organización del Trabajo
crean, a su vez, distintas Civilizaciones y Culturas.
Sin Trabajo no hay
Economía.
Por ello, la organización de la Economía presupone, esencialmente y en
primer termino, la organización del Trabajo. Toda otra forma de tratar de
“sanear” la Economía es inconducente, ilusoria e ineficaz.
El Trabajo es, simultáneamente, un Derecho y un Deber.
Desde el momento en que la única manera honesta de cubrir las propias
necesidades es trabajando (puesto que la otra alternativa es el parasitismo
deshonesto), todo miembro de la comunidad tiene el inalienable derecho de
poder vivir dignamente del fruto de su Trabajo. Pero además, puesto que
nadie puede vivir sin consumir, todo miembro de la Comunidad tiene el
inexcusable deber de producir por lo menos el equivalente de lo que ha
consumido. Para que la Justicia Social se imponga plenamente es preciso,
pues, que todo individuo contribuya a la asociación comunitaria por lo menos en
la misma medida en que usufructúa de ella.
Todo Trabajo se concreta en una profesión u oficio, y
toda profesión responde – en ultima instancia – a una capacidad, vocación o
talento, adecuadamente adiestrados y desarrollados mediante el proceso
educativo. Por ello, nuestro Potencial de Trabajo, como Nación, se halla
determinado por el tipo y por la cantidad de vocaciones existentes en nuestro
Pueblo,
y por la medida en que
estas hayan sido adecuadamente adiestradas y desarrolladas. Este Potencial
de Trabajo es el único “capital”, real e insustituible; es el único autentico
“respaldo” que tiene y necesita nuestro país. Nuestros bienes materiales,
nuestros recursos naturales, solo sirven y solo servirán en la medida en que
sean aprovechados por nuestro Trabajo. El caso de países que, sin grandes
disponibilidades naturales, han llegado a ser verdaderas Potencias industrial a
nivel mundial prueba irrefutablemente que en Economía, lo único que importa en
última instancia, es la creatividad, el ingenio, la laboriosidad, el entusiasmo
y la capacidad del Hombre que trabaja.
La única base sólida y sana que necesita la Nueva
Argentina para tener una Economía pujante es un alto Potencial de Trabajo, bien
organizado y bien invertido. Es sobre este Potencial que se apoya todo el
ámbito económico, incluso el sector monetario y financiero.
Todo Trabajo cumple una doble función: la individual, que
es la de cubrir las necesidades de la persona que trabaja; y la social, que es
la de contribuir a cubrir las necesidades de aquellas personas que utilizaran
la producción emergente del trabajo realizado. En sociedades complejas,
interrelacionadas y de alto nivel de organización, la función social del
Trabajo adquiere una importancia primordial. En efecto; en nuestra sociedad
actual prácticamente nadie puede vivir exclusivamente del producto propio de su
trabajo. Vivimos, en realidad, consumiendo la producción de otros y nuestro
trabajo, a su vez, contribuye a que otros puedan consumir lo que necesitan. La
función social del Trabajo hace que los derechos emergentes de cumplir con el
Deber de trabajar terminen en donde termina la función desempeñada mediante el
Trabajo. La trillada frase aquella de que “el derecho de cada uno termina donde
comienza el de los demás” constituye un sinsentido. Nadie se pondrá de acuerdo
jamás en donde “comienza” ese susodicho “derecho de los demás”. El
derecho de cada uno termina donde terminan los beneficios que corresponden por
la función desempeñada.
El Trabajo realizado por la Comunidad Organizada y los
beneficios que corresponden por cumplir con el Deber de trabajar brindan al
miembro de la sociedad una gama real de posibilidades de acción y de opción.
Estas posibilidades constituyen las libertades concretas de las que
efectivamente goza el Pueblo, contrariamente a los meros enunciados abstractos
de los sistemas liberal-marxistas que, en la enorme mayoría de los casos, no
son sino formulas teóricas inaccesibles y sin efectivización posible en la
realidad. Las libertades sociales concretas son ejercidas correctamente
cuando los egoísmos individuales no atentan contra el interés general. Los
intereses sectoriales, grupales o individuales no pueden nunca prevalecer por
sobre el interés del todo del cual son parte.
La organización del Trabajo debe ser jerárquica;
atendiendo a su función social, económica e individual. En toda Producción, la
secuencia jerárquica de las funciones laborales se halla naturalmente
establecida por las fases inherentes al proceso productivo. Estas fases son:
creación, diseño, dirección, programación, supervisión, ejecución y
administración. Es de acuerdo con esta jerarquía funcional que debemos
organizar todo el aparato productivo de nuestro país.
En la Nueva Argentina debe quedar categórica y
terminantemente excluida la posibilidad de que el Trabajo resulte considerado
como una simple magnitud de costos de producción. Bajo ningún concepto podemos
admitir el concepto liberal-marxista del Trabajo como simple factor económico. El Trabajo no es una
mercancía. No lo es y no debe serlo ni para el Estado ni para la
iniciativa privada. Su valor no se halla, ni exclusiva ni
predominantemente, determinado por el valor material que obtenga en el mercado
el producto que de el se origina. El valor mercantil de la producción debe
determinar solo en cierta medida proporcional la retribución debida al Trabajo
invertido. Además de su valor económico, el Trabajo tiene un innegable valor
ético que igualmente merece y debe ser retribuido. La remuneración recibida
por la persona que ha invertido activamente en el proceso productivo debe
contemplar, como mínimo, los siguientes factores: a) El valor de todos los
elementos indispensables a una vida digna para el trabajador y su familia. b)
El valor que la producción realizada tiene para la Comunidad. c) El valor
social de la tarea desempeñada, de acuerdo con la función cumplida dentro de la
estructura jerárquica de producción. d) El valor individual del esfuerzo y de
los empeños demostrados, apreciados por comparación con idéntico trabajo
realizado en condiciones similares.
Con su retribución socialmente justa el trabajador, sea
cual fuere su función en la producción, debe poder cubrir las necesidades de su
núcleo familiar. El trabajo femenino debe ser una posibilidad y no una
necesidad impuesta al grupo familiar por la insuficiencia de salarios
regateados en un supuestamente “libre mercado” del Trabajo.
Para la formación de una autentica y arraigada
conciencia social, todo miembro de la Comunidad debe aprender a valorar el
Trabajo y el esfuerzo de los demás. La correcta formación de la juventud en
un profundo respeto por la labor creativa y productiva es exactamente tan
imprescindible como su formación en la mejor Tradición de sus antepasados en el
marco de un genuino y sentido amor a la Patria. Por eso, el Servicio Militar
Obligatorio debe ser precedido por un Servicio de Trabajo Obligatorio en
cuyo ámbito los futuros miembros de la Fuerza Laboral de la Nación conozcan, de
un modo directo e inmediato, la esencia, las virtudes y el valor de varios
tipos distintos de trabajo humano.
En la Argentina debemos aprender a valorar, respetar y
cuidar nuestra Fuerza de Trabajo. Sin ella no hay realización posible de
ninguna de las metas que nos impongamos. Todo lo que tenemos lo hemos obtenido
gracias a nuestro Trabajo. Todo lo que obtengamos lo conseguiremos únicamente a
través del esfuerzo sostenido, mancomunado, solidario y organizado del Pueblo
trabajador. Una Argentina soberana y fuerte solo será construida cuando
dispongamos de un gran Potencial de Trabajo, justamente retribuido, adecuadamente
invertido, correctamente dirigido y cabalmente valorado.
A todos los males económicos que ha padecido y que
padece la Argentina, la Doctrina Nacional-revolucionaria les opone una sola
solución básica, práctica y concreta: organicemos correcta y eficientemente
nuestro Trabajo. Lo demás, o es tan solo un problema de técnica
administrativa y monetaria, o lo obtendremos por añadidura.
PRODUCCION
Así como a escala
individual el Trabajo cumple la función de cubrir las necesidades de la persona
que trabaja, a escala social la Producción cumple la función de cubrir las
necesidades de la Comunidad Organizada. Desde el momento en que el
establecimiento de prioridades y secuencias es una decisión eminentemente política,
la Producción y toda la Economía en general deben desarrollarse
adecuadamente subordinadas a la Política. Las actuales Doctrinas que
postulan el principio inverso de subordinar la Política a la Economía, son
inadmisibles. El materialismo desvirtúa la función de la Economía, corrompe
el ámbito social y político, esteriliza y unilateraliza al proceso creativo y
anarquiza la producción ya sea haciéndolo ineficiente, ya sea orientándolo
exclusivamente hacia el lucro individual.
Las necesidades de una Comunidad
surgen del estilo de vida que aspira a llevar un Pueblo, de sus
disponibilidades y de sus capacidades, de su situación geopolítica y de su
desarrollo histórico. Los modos de producción se adecuan a estos factores
teniendo en cuenta el volumen demográfico y el nivel de organización social
alcanzado. A su vez, el saber científico disponible determina la tecnología a
emplear para lograr la producción requerida por la Comunidad para su
subsistencia y afirmación.
La característica
esencial del sistema de producción liberal-marxista reside en que la empresa
legal y la empresa real se encuentran divorciadas. En el mundo capitalista, la
empresa legal es propiedad y posesión de los detentadores del capital quienes
dominan a la Producción mediante el control del aparato financiero. En el mundo
marxista, la empresa legal es propiedad y posesión de los detentadores del
Poder político quienes dominan a la Producción mediante el control del aparato
tecno-burocrático del Estado. El capitalismo Liberal y el Capitalismo de Estado
se diferencian tan solo en los métodos empleados para dominar a la empresa
real. Sus diferencias son, por lo tanto, solo accidentales y ello explica por
que han sido aliados cada vez que, en cualquier país del mundo, surgiera un
Gobierno Nacional-revolucionario de Tercera Posición.
En el mundo
liberal-marxista, el poder de decisión en materia de cuestiones relativas a la
producción se halla precisamente en la estructura que domina y explota a la
empresa real.
Para liberarnos de la explotación
liberal-marxista debemos, pues, llevar ese poder de decisión a la estructura de
la empresa real que es la que realiza efectivamente a la producción. Esto implica que debe
dársele a los productores la posesión entera de los medios de producción así
como la propiedad integra de la producción realizada. Las utilidades que
arroje la Producción deben ser equitativamente distribuidas entre los
productores, de acuerdo a la función y al valor de su Trabajo. En todos los
casos, la empresa real, constituida por la Comunidad de Productores, debe tener
el poder de decisión final en todo lo referido a la producción, a la
reinversión y a la distribución de las utilidades. En la Nueva Argentina deberá
hacerse una apropiada, clara y neta diferenciación entre los conceptos de
propiedad y posesión. La empresa legal puede y debe recibir una adecuada
retribución por la inversión que es de su propiedad, siempre y cuando dicha
inversión haya provenido de fuentes honestas. Pero la empresa real debe recibir
la plena posesión de los medios de producción y la propiedad de la producción
realizada. Con ello, la plusvalía ya no podrá ni deberá ser transferida a las
estructuras dominadoras de la Producción.
La organización de la
empresa debe ser jerárquica, atendiendo la naturaleza esencialmente jerárquica
del Trabajo.
Dentro de la comunidad de Productores que es toda empresa, al Jefe de
Empresa, directa y efectivamente dedicado a la conducción de la Producción, le
corresponde la autoridad pero también la responsabilidad del mando.
Las demás jerarquías del Trabajo deben participar en las decisiones que afectan
a todo el conjunto y al Estado le corresponde fijar las pautas de la
organización del Trabajo y la Producción, así como el establecer justicia en
caso de divergencias en la interpretación o cumplimiento de las normas.
El objetivo principal de
la Producción nacional-revolucionaria no es exclusivamente el lucro. En la
Argentina, el objetivo que debe tener la Producción es el de aumentar las
posibilidades reales – y, por lo tanto, las libertades efectivas – de la
Comunidad Organizada; tanto en lo interno como en lo referente a su capacidad
de afirmación externa. Para ello, la organización de la Producción debe
responder a una clara conducción política que haya prevalecer el interés nacional
por sobre las pretensiones sectoriales. En nuestro país debemos comenzar por
explotar a fondo nuestras riquezas naturales e industrializar nuestra
producción agropecuaria. Debemos crear una gran industria alimentaria y lograr
la mayor autarquía posible en todas las demás industrias para las cuales
contemos con las materias primas necesarias.
Dentro de una
organización racional del Trabajo, a la empresa real, conducida por el jefe de
Empresa, le cabe el deber y la responsabilidad de adecuarse a las realidades y
a las posibilidades de la Comunidad cubriendo eficientemente las necesidades
del Pueblo. El fruto del esfuerzo productivo, por su parte, siempre deberá ser
de quienes, con su Trabajo y con su participación en las decisiones,
posibilitaron de un modo efectivo la realización de la Producción.
ECONOMIA
La comunidad humana no se
vuelve organizada porque realiza actividades económicas. Todo lo contrario: se
vuelve organizada porque se vertebra de acuerdo a ciertas pautas políticas y
recién esta organización política le permite sincronizar y correlacionar la
actividad económica. El nivel de organización política determina a la Economía
y no a la inversa como, abierta o tácitamente, postulan los dogmas
liberal-marxistas.
Para el intercambio de la
Producción es indispensable disponer de un medio de intercambio. En las
sociedades modernas este medio solo puede ser una moneda emitida, controlada y
garantizada por el Estado. La moneda es, pues, nada más que un medio. Su
valor real esta establecido por la medida en que con ella se pueden adquirir
bienes y servicios. La aceptación y, por lo tanto, el valor de una moneda
dependen de decisiones claramente políticas.
El verdadero respaldo o
garantía de toda moneda es el Trabajo efectivizado en la Producción; es decir:
la totalidad de bienes y servicios ofrecidos en el mercado. La confianza real que
la gente deposita en una moneda depende de la seguridad con que se puedan
adquirir con ella los bienes y servicios que se necesitan. Por ello, el
volumen útil de una moneda debe ser
igual al valor de los bienes y
servicios disponibles a la demanda natural. Consecuentemente, es posible
revitalizar una economía paralizada aumentando el volumen útil del medio de
intercambio, a condición de que la mayor emisión vaya indefectiblemente
acompañada de una mayor Producción.
Se comprende así que la
emisión no equivale forzosamente a inflación. La inflación se produce
solamente por una emisión excesiva puesto que el volumen ideal de una moneda
es el equivalente de los bienes y servicios producibles y consumibles.
Una demanda sin su
correspondiente medio de intercambio no tiene como efectivizarse. Por ello, el
valor de los bienes queda determinado por la relación existente entre la
necesidad de consumo, con su correspondiente poder adquisitivo, y la capacidad
de Producción, con su correspondiente limite inferior de costos. Un poder
adquisitivo insuficiente o una Producción ineficiente distorsionan el valor
real de los bienes y ambas causas, unidas al factor monetario, han concurrido a
crear la descontrolada inflación argentina.
El régimen capitalista
esta diseñado y montado para lucrar con las necesidades de la Comunidad; no
para cubrirlas. El régimen marxista elimina – al menos teóricamente – el lucro
mediante una rígida planificación impuesta por la tecno-burocracia estatal. En
ambos casos, la estructura económica domina a la estructura política, quedando
el Estado ocupado por los detentadores del Poder económico. Es, pues
necesario construir un Estado, que cumpla sus funciones de síntesis, conciencia
y mando de la Comunidad Organizada. En esto consiste precisamente la autentica
tarea revolucionaria.
Para ello, en el ámbito
económico de nuestro país, hay tres lineamientos que deben ser seguidos.
Primero: la emisión debe ser dimensionada de acuerdo con las necesidades
naturales y reales del intercambio. Segundo: el “respaldo” de dicha emisión
debe estar constituido concretamente por los bienes y servicios real o
potencialmente disponibles. Tercero: la estructura financiera debe responder,
obligada y exclusivamente, a los requerimientos de la Producción y el consumo.
Frente a las pretensiones de la plutocracia internacional, el Estado debe
poseer el Poder de decisión política para garantizar que cada persona disponga
del poder adquisitivo que le permita cubrir su consumo natural y cada productor
obtenga los medios necesarios para realizar la Producción que sea capaz de
concretar.
El Estado no esta para
hacerse cargo de la Producción. El subordinar la Economía a la Política no significa
que la Política debe “poseer” a la Economía. La función del Estado en el
ámbito económico es una función de dirección y no una función de intromisión
constante. Un adecuado dirigismo estatal, que haga prevalecer el
interés general por sobre los intereses sectoriales y extra-nacionales, es tan
necesario como inevitable. Lo que la Nueva Argentina rechazara
categóricamente es el estatismo por medio del cual el Estado excede sus
funciones específicamente políticas para invadir esferas que no le competen.
EDUCACION
Y CULTURA
La suposición de que los
seres humanos nacen libres e iguales es una ficción. Los seres humanos
nacen en una dependencia total del núcleo familiar, a tal punto que, sin la
eficaz protección y cuidado brindados por la Familia, morirían inevitablemente
al muy poco tiempo de nacer. Además, dada la enorme multiplicidad posible de
combinaciones cromosómicas – algunas de las cuales ni siquiera conocemos
adecuadamente – resulta obvia la gran probabilidad estadística de que no
existan dos seres humanos biopsiquicamente iguales sobre todo el planeta. Para
lograr una claridad adecuada en estos conceptos es absolutamente preciso no
confundir semejanza con igualdad; libre albedrio con libertad; equidad jurídica
con igualdad política; facultad de opción con posibilidad de elección.
El hecho es que, desde el
mismo momento de su nacimiento, el ser humano se halla sujeto a un proceso de
aprendizaje a través del cual recién llegara a convertirse en un adulto
plenamente desarrollado. Mediante el proceso educativo, que comienza en la
Familia y culmina en las instancias superiores de la educación publica, el
individuo desarrolla su innata vocación y talento, incorporando simultáneamente
a su personalidad los elementos culturales propios,
específicos y diferenciadores de su
Comunidad. De este modo, el adulto plenamente desarrollado es herencia más
historia.
Para lograr hombres y
mujeres armónicamente desarrollados, lo primero que debemos hacer en la
Argentina es proteger y favorecer la estabilidad equilibrada de la Familia. Por
supuesto, este objetivo no se logra por imposición o por decreto sino por la
creación de un contexto sociocultural que favorezca efectivamente el desarrollo
armónico de la vida familiar. Solo de Familias adecuadamente constituidas y
equilibradas podemos esperar obtener seres humanos emocionalmente equilibrados
y socialmente integrables a una Comunidad Organizada.
En el ámbito de la
educación publica, la formación integral debe privar por sobre el simple
instruccionismo enciclopédico. A través de su formación la persona no
debe recibir tan solo los elementos necesarios al desarrollo de determinada
profesión u oficio. Debe aprender, fundamentalmente, a ejercitar,
templar y fortalecer su voluntad y su carácter ya que solamente mediante el
ejercicio adecuado de una firme voluntad es posible sostener cualquier acción a
lo largo del tiempo. En la Argentina, debemos aprender a realizar un
esfuerzo sostenido, constante con claros objetivos. Para ello, debemos
comenzar por asumir la herencia de nuestros antepasados. Debemos
aprender a juzgar de donde proviene y en virtud de que proceso histórico
obtuvimos todo lo que nos ofrece el mundo en que hemos nacido. Solamente
así comprenderemos la responsabilidad inherente a nuestros propios actos pues,
así como nuestra Cultura es el legado de nuestros antepasados, la Cultura del
Futuro estará constituida en gran medida por lo que nosotros entreguemos a las
generaciones que nos sucederán.
Debemos tomar conciencia
de que no somos los herederos de tan solo 2.000 años de Historia. Somos
eslabones de una cadena cultural de más de 10.000 años de Tradición. Nuestra
Cosmovisión comenzó a estructurarse mucho antes de la caída del Imperio Romano
y, ciertamente, no se agota en las proposiciones decadentes del “occidente”
sinárquico. La Argentina tiene unos pocos siglos de existencia tan solo como
unidad política diferenciada y constituida. Los seres humanos que constituyen
su Pueblo cuentan con una Tradición muchísimo más vasta y antigua.
El Pueblo Argentino no
surgió de una nebulosa histórica. Surgió a partir de una Conquista. Surgió como
expresión de la voluntad política de un núcleo de conquistadores, portadores de
una Cultura occidental y europea encarnada en aquella gloriosa España
navegante, guerrera y misionera que incorporo a su Imperio a mucho mas de la
mitad del Continente Americano. Este núcleo de conquistadores europeos,
cuantitativamente pequeño pero políticamente capaz y organizativamente
talentoso, reforzado mas tarde por amplias corrientes inmigratorias también de
origen europeo, se superpuso en el transcurso de los siglos a una población
autóctona, absorbiéndola, asimilándola e integrándola progresivamente. La
Conquista impuso su idioma y su organización política, social, económica y
militar, subordinando a todos a un mismo destino común durante ya tanto tiempo
que la individualidad occidental de los fundadores del Estado Argentino se ha
unido indisolublemente a la vida de los demás integrantes, progresivamente
amalgamados e integrados del Pueblo. De conquistadores y conquistados, de
inmigrantes y de criollos, hace ya tiempo que se ha formado una Comunidad. Y
esa Comunidad es el actual Pueblo Argentino. Todo lo que aun necesita esta
Comunidad es volverse Organizada, respetando tanto las raíces europeas como las
americanas de los hombres y mujeres que la forman.
La única Cultura
Argentina pensable y posible es una autentica Cultura Occidental arraigada
firmemente en el Suelo americano. El que no lo comprenda así, o vive
de espaldas al país tratando de imitar un europeísmo que los mismos europeos
genuinos rechazan, o vive de espaldas a su propia Tradición magnificando un
folklorismo que no termina de satisfacer ni al propio Pueblo.
No proponemos una Nación
chauvinista y xenófoba. No proponemos tampoco una sociedad vengativa y
revanchista. Menos aun proponemos la chabacanería cultural que nace de la manía
de querer ser “original” o “inédito” a toda costa. Proponemos un
socialismo que sea nacional, un nacionalismo que sea revolucionario y una
Cultura que respete la Tradición milenaria de nuestros antepasados. Con
esos elementos, y con los objetivos políticos bien claros, afirmamos
categóricamente que es perfectamente posible construir un Futuro mejor para los
millones de hombres y mujeres que forma el Pueblo de la Nación Argentina.
Adhiero en lo esencial del Manifiesto. Saludos.
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